¿Dónde estamos...?

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Gracias a las nuevas tecnologías ciertamente la eficacia y el confort han llegado masivamente a nuestro día a día, aportando una vertiginosa rapidez en las comunicaciones y reduciendo los tiempos notablemente. Pero por otro lado, es muy llamativa la manera en que nos han envuelto en una vorágine de "urgencias" y esclavización ante la inmediatez. Se aprecia una aceleración social general. Se ha invertido sin apreciarlo las prioridades, el tiempo y espacio destinado a la reflexión ha quedado relegado por una velocidad que aparta la realización del presente.

Con esta ritmo frenético se ha producido la ruptura de la armonía del aquí y ahora, que es la única referencia de tiempo real existente. Viviendo una vida supeditados a la urgencia, se coarta el presente de forma que este se empobrece y también se condiciona la cimentación del futuro. En un mundo de comportamientos acelerados se menoscaba la capacidad de asimilación de la realidad, volviéndose esta cultura de la urgencia absurda en algo que, en cierta medida, perjudica la salud. Se traduce en una patología más que combatir, a la que los expertos se enfrentan.

Parece como si ya no fuésemos capaces de soportar el sosiego. Un grave problema de impaciencia, que nos impide vivir óptimamente el presente, está muy relacionado con las insatisfacciones personales. Insatisfacciones curiosamente de una sociedad que dispone de todo lo impensable y de forma inmediata.

Estas insatisfacciones nos alejan de vivir el presente y nos sitúan bien en el pasado o en el futuro, por lo tanto mentalmente fuera de la realidad. Esta distancia con el presente nos hace desaprovechar la energía que el mismo nos aporta.

Un referente de vivir plenamente cada instante son los niños, que viven en lo cierto, sin existencia del futuro. Lo conveniente es que los momentos presentes estén llenos y no se esfumen por el sumidero, construyendo poco a poco sin las ilógicas urgencias.