Trilla de El Tanque

Llegar al Tanque fue como descubrir el Tenerife que quedaba de los recuerdos infantiles, los fines de semana a ver a la familia del campo, mi familia materna, procedente de La Matanza de Acentejo. Nunca terminaré de agradecerle a Antonio Álvarez, "Toñín", el que me haya brindado ese privilegio.

Llegué en invierno, y los domingos en El Tanque son como el invierno polar de los osos, un tiempo para esconderse, sobre todo en la parte alta. En San José de Los Llanos, en Erjos, en Ruigómez, las familias se apilan junto al fogal. ¡Cómo apetece entonces un buchito de vino! un vino no tan blanco como el del sur ni tan oscuro como el del norte, sino de un color de almendra, y fuerte como él solo.

Fue mi primer trabajo como agente de desarrollo local, y la gente cuando me veía entrar a saco en las huertas, sin arremangarme siquiera, con ropa de gente que trabaja en una oficina, se asustaba y decían: "Pero, cristiano, ¿qué hace usted, un estudiado de La Laguna, en el Tanque, que es el culo el mundo?" A lo que yo decía normalmente "¡Culo bonito!"

Esa era en 1996 y sigue siendo así, a fecha de hoy, la gente del Tanque, la que yo conocí y que me abrió su corazón de par en par. Tengo recuerdos imborrables de personas maravillosas, de gente que me brindó sus casas, Juan Manuel el policía, Claudio y Carmen, o Severa cuando se enteraron que yo dormía en el coche para no ir a mi casa, a La Laguna, los días que se me hacía tarde en reuniones. Eran encuentros inolvidables con los agricultores, o con los representantes de los grupos folclóricos que una vez estaban medio enfadados y en una reunión a la que les convoqué terminaron juntos con fuerte parranda... Cuando se fueron a sus casas, yo me fuí a dormir al coche detrás de la plaza, ¡si se llegan a enterar, me matan!

Al final me fuí del Tanque, apenas estuve once meses pero cuando vuelvo y me encuentro personas que conocí hace ya quince años, es como si siguiera allí, como si fuera aún "Juan Antonio el del Tanque", como me decían los agentes de desarrollo de la Isla.

Me fui y de mi corazón un cachito quedó atrás, sé que vive con la gente del Tanque en las tardes de frío o cuando el Tío Heliodoro me dio a conocer el encanto de reunir a la familia para coger las papas. Él me descubrió, con su infinita sabiduría, que aunque perdiera dinero plantando aquellas papas, era una de las maravillosas ocasiones de ver junta a toda la familia.

Al final les dejé la Trilla de Los Llanos, una labor que hicimos juntos los agrilcultores, otros compañeros del Ayuntamiento y yo, aunque yo tirara del carro... ¡alguien tiene que poner fecha y ánimo en las cosas! Es lo único que yo sé hacer. Todavía veo volar al viejo Fino haciendo giros y piruetas sobre la parva, un vuelo que aún hoy nos transmite sensación de libertad a los que disfrutamos de aquella estampa. O al Dibujito -una de las personas a las que más he admirado en mi vida-, batiéndose con seis bestias en collera que parecían querer elevar la era en cada uno de sus giros. Fue una de las primeras acciones de rescate etnográfico de Tenerife, cuando aún se escuchaba que era vergonzoso mostrar nuestras tradiciones; pero ellos mostraron su sabiduría, la savia de los pueblos que no es tangible, pero que se transmite en las habilidades de las personas, en sus historias, en su folclore...

Esas personas sí son tangibles y reales, y además en El Tanque priman las que son simples y nobles. Mientras esa sencilla hermosura, que es el carácter e identidad de un pueblo, se siga transmitiendo, la vida seguirá siendo mágica y generosa.

Juan Antonio Jorge Peraza
En El Tanque, el 9 de octubre de 2009