Cuando miro lo que soy

Algunas veces miro para atrás y comparo lo que fui con lo que pude haber sido. Sobre todo cuando hace tiempo que no veo a la gente de mi edad y me encuentro con alguien del barrio.

Qué gordos y envejecidos me parecen todos menos yo. La Piba que me gustaba, ¡cómo se ha puesto! Suerte que fue un amor pasajero ¡Menos mal que esta barriguilla que llaman de la felicidad me hace volver de tan soberbios pensamientos!

Ahora cada uno está en lo que está, pero yo los ubico allí, en el barrio, tarde tras tarde en la puerta del Bar del cubano o en el muro.

Cuando recuerdo cómo me defendían de quien fuera cuando íbamos a las verbenas de otros barrios, me doy cuenta de que nunca más alguien dio la cara por mí de esa manera.

En mi edad de hoy he visto cómo se valora más a quien más tiene (dinero, poder, formación...) pero en aquella época lo que contaba era la valentía. Siempre habían chicos y chicas mayores que llevaban el rumbo y eran los líderes, eran los mejores exhibiendo la valentía. Y unidos a ella aparecían el compañerismo, la galantería, la imposición de la justicia, dentro del código de honor de la calle... pero lo que se valoraba era la valentía. Valentía para hacer pilladas, para fumarte un porro, para subirte al balcón de la vecina a la que se le había quedado la llave dentro, valentía para pegarte diez cervezas seguidas en los campeonatos de birras que organizaban en la fiesta de San Lázaro; había muchos actos de valentía donde medirse y los pibes del barrio estaban fijo midiéndose.

Luego llegó el misticismo, bendita la hora en la que me engatusó aquella chiquilla rubia que me sacó del barrio, me fue introduciendo en otros ambientes más modernos y progresistas, fui conociendo la vida intelectual. Y ahí llegó el misticismo, las ganas de redimir al mundo como el Che Guevara o como hubiese querido hacerlo Carlos Marx. Yo pensé que en ese momento empezó la mayor lección que he recibido en la vida, cuando me quiero ir a África a las misiones y un cura (al que no entendí en ese momento) me dijo: ¿tú qué vas a llevar a África? Saber escribir a máquina y manejar eran pocas habilidades para aportar a África. Después de haber iniciado varias carreras que pudieran haberme ayudado en esa humanitaria labor, como es filología inglesa para comunicarme con la gente y psicología para entenderla, terminé haciendo la que siempre me gustó de verdad, desde que me echaba al monte con catorce años, en el que dormía solo para demostrar mi valentía. Estudié Geografía.

Cuánto agradecí luego la orientación de aquel cura, porque casi treinta años después sé exactamente lo mismo, escribir a máquina y conducir, poco más. Mis ideales, jóvenes e inexpertos aunque sublimes, se vinieron abajo gracias al consejo, o la orientación, o el comentario, o la experiencia de aquella persona, que gracias a lo que en sus años sabía, me ayudó a encontrar el verdadero espacio donde expandir lo que me tocó en mi paso por la humanidad.

Con el tiempo no me ha ido mal, mucho trabajo, actitud que heredé de mi padre que era camionero y que desde los primeros días de vacaciones me hacía ir con él en el camión por la interminable carretera vieja del Sur repartiendo refrescos, coñac Veterano o lo que trincara. Pero sobre todo heredé de toda esa gente que he nombrado una vocación, la de ayudar a encauzar a la gente su verdadera trayectoria de vida; las personas ponen sus sueños y yo pongo fecha. Mi trabajo es poner los medios posibles y ayudar a discernir sobre los también posibles atrabancos, porque la inexperiencia, la innata arrogancia juvenil, la valentía, todas las circunstancias son justas y posibles para que la gente se realice... ¡como hacían los pibes del barrio!

En mi edad de hoy me veo entre la gente de mi época, seguro que más gordos y calvos y con más arrugas, todos y todas con más curvas; la mayoría en mi barrio no realizó estudios superiores pero quiero pensar que porque no los necesitaban o porque en su casa había problemas, como en la de casi todo el mundo, y el abandono les llevó a aprender un oficio de mala manera porque ya era hora de trabajar y los viejos eran cada vez más viejos. Pero su mensaje quedó ahí, marcado en mi forma de ser, todos los valores que favorecen la buena humanidad los aprendí en esa época, no me los enseñaron las horas de instituto ni de universidad, ni los debates sucesivos, ni las interminables charlas con gente estudiada; fueron las vivencias del barrio, los errores adolescentes, los idealismos perdidos, las tediosas horas en el muro hablando machangadas, los reveses que te daban los mayores que a veces dolían pero que con el tiempo he visto como una enseñanza. Ellos te enseñaban dónde se habían equivocado y porque te apreciaban, no querían que te pasara lo mismo.

Es curioso que al final, cuando encontré aquello en lo que creo firmemente, que es hacer del trabajo una forma de vida, siempre están presentes aquella gente sencilla y simple del barrio, su coherencia y la orientación de alguien a quien "odié" porque estaba en edad de hacerlo y al que con el tiempo agradecí tanto que hubiese desviado mis planes. Creo que como orientador para mi despistada juventud el Padre Don Julián de Armas hizo bien su trabajo.

¡¡Otra belleza de Juan Antonio Jorge Peraza!